El día en que mi suegro, con 13 o 14 años, decidió apuntarse a un curso de mecanografía, la ilusión le duró lo que tardó en regresar a casa. Él usa esa palabra: ilusión. Cuando dijo lo que había hecho (¡Jesús, María y José! ¡Qué cosas tiene el niño!), sus padres le replicaron que qué se había creído y que naranjas de la china. Suele hablar con frecuencia, y mi suegra también, de su decepción mayúscula cuando lo sacaron del colegio prematuramente (mucho antes de lo de la ilusión por aprender a mecanografiar). La cosa estaba clara. Si ya sabían leer, ¿qué más querían?
Mis padres, por su parte, no tuvieron que sufrir la decepción de ser sacados del colegio antes de tiempo: ni siquiera acudieron. Lo suyo era coger algodón, segar trigo o llevar a pastar a las cabras, porque estudiar era cosa de señoritos y así tenía que ser. Los pobres, a cosas de pobres, los señores a cosas de señores, y a mandar, que para eso estamos, don Fulano. Sin duda, los mayores boicoteadores de cualquier aspiración de aprendizaje eran los propios familiares de los pobres con ínfulas. Un buen ejemplo de un sistema que se autorregula sin apenas intervención de los poderosos. Qué cómodo, ¿no? No hay nada tan práctico como arraigar bien en el pensamiento colectivo ciertas verdades impepinables.
El que haya leído Los Santos Inocentes de Delibes puede aplicarlo al caso y hacerse una idea de cómo era la vida de mis antepasados ("pues ahí tienen a la niña, ahora le ha dado conque quiere hacer la Comunión").
Si algo hemos avanzado en los últimos 40 años es que esa gente que en su día no pudo tener estudios hoy puede enorgullecerse de habérselos dado a sus hijos. Fue una lucha silenciosa, terca, un logro que comenzó hace décadas y que en lugar de plasmarse en los individuos de entonces se ha saltado una o dos generaciones.
Afortunados nosotros.
Sin embargo, la vida se compone de ciclos. Si los poderosos se beneficiaron antes del analfabetismo puro y duro, hoy se benefician del analfabetismo funcional (incapacidad de un individuo para utilizar su capacidad de lectura, escritura y cálculo de forma eficiente en las situaciones habituales de la vida). Hace un tiempo que tengo la amarga sospecha de que están intentando volver a eso, inculcarnos que las cosas son así y que no pueden cambiar y, sobretodo, que están intentando anular cualquier intento de disidencia. Por sistema, el que tiene la sartén por el mango, el que aprieta, desprecia la cultura y el conocimiento. Luego será que el conocimiento le perjudica, y que sólo con conocimiento y con una cultura profunda se puede luchar contra la opresión.
La obligación de las generaciones de hoy, las que han tenido oportunidad de aprender sin limitaciones, es impedir que nos vuelvan a conducir al redil del que empezamos a salir antes de nacer. Los títulos tienen que servir para algo más que para mendigar un empleo en la cola del INEM.
Como mínimo, al menos sirven para no rendirse. Yo siempre podré decir, con orgullo, que unos jornaleros del campo decidieron dejar de ser jornaleros para ser ingenieros o licenciados, sólo que 40 años después. Creo que se lo merecían.
Y tanto que somos afortunados. Mis padres tampoco pudieron estudiar; mi padre se sacó una FP (el equivalente en sus tiempos) por la noche mientras trabajaba por la mañana, y anda que no le costó lloros a mi tía pequeña que la sacaran del instituto en tercero de BUP para meterla a trabajar a una fábrica de zapatos. Estoy contigo en que era una cuestión de mentalidad más que de dinero; menos mal que eso ha cambiado muchísimo.
ResponderEliminarMi padre, el iluso que decidió apuntarse a clases de mecanografía, se sacó los estudios primarios en una escuela por la noche ya que un profesor decidió hacerles un favor a un par de amigos. De día trabajaba. Ahora devora libros sin cesar, aún no sé de dónde ha sacado esa afición.
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