lunes, 6 de junio de 2011

Estrategias de dominación de masas para tiranos del siglo XXI

Si yo fuese la déspota gobernante de un lejano país y quisiese doblegar la voluntad de mis súbditos, empezaría por hacerles creer que me han elegido ellos. Nadie critica algo que ha elegido libremente, porque es como criticarse a uno mismo y por tanto, hiere el orgullo.
Una vez inculcada convenientemente esta idea, les haría creer que su vida es mucho mejor que antes de elegirme. Para ello recrearía primero un pasado lleno de atrocidades y de atropellos que, por supuesto, jamás podrían suceder bajo mi inmensa mano protectora. Después, hablaría constantemente de futuro, y crearía en el presente una falsa ilusión de libertad.
Para crear dicha ilusión de libertad popularizaría términos grandilocuentes, que dejasen en la mente de todos la idea de “igualdad de oportunidades”. Estarían escritos siempre con mayúscula inicial. Por ejemplo: Educación, Estado del Bienestar, Soberanía Popular, Democracia.
Un buen tirano debe ser un mago, un creador de ilusiones, un gran orador de la pedantería mayúscula, porque todo sería más sencillo de manejar convenciendo al pueblo que atemorizándolo. Mejor endiosado que temido.


No obstante, existen miedos sutiles que resultan bastante útiles y por ello los ejercería con profusión. En especial, el llamado “miedo al futuro y al bienestar de vuestros hijos” que consiste en generar la dependencia enfermiza que me mantendría en el poder durante décadas: “¿Qué será de vuestros hijos si no soy yo quien gobierne el día de mañana? ¿Qué futuro les espera?”. Sería también de gran utilidad apoyarse en supersticiones o en refranes populares del tipo: “Mejor malo conocido que bueno por conocer”.
En los colegios me aseguraría de que todos los hijos de súbditos aprendieran la mitad de la mitad de la mitad de lo que sus cerebros fuesen capaces de aprender. Esto, claro está, dejaría un vacío de siete octavos en sus mentes que habría que rellenar convenientemente con entretenimiento abundante y barato. Para ello, pagaría a mercenarios por la ejecución de diferentes acciones (se aceptarían medios de difusión audiovisuales y escritos):

  1. Mentir desaforadamente en bien de mis intereses. Lo llamaría Periodismo.
  2. Discutir o llegar a las manos por entresijos y secretísimos inconfesables. Lo llamaría Programa del Corazón.
  3. Mantener relaciones sexuales en directo. Lo llamaría Reality Show.
En la misma línea de acción, cogería a una mujer que se jacte de su incultura, y la encumbraría como emblema del país. La llamaría Princesa del Pueblo.
Así, tras la correcta Educación y el correcto Entretenimiento, cuando sus mentes fuesen mías, cuando fuese un hecho la inocuidad de sus pensamientos y el vacío de sus cerebros, ya ni siquiera importaría ejercer el miedo. Ellos mismos pensarían que son libres, me cubrirían de honores y de gloria; se autorregularían, y yo gobernaría tocándome los huevos el día entero. Porque en este preciso momento, si todo ha salido según mis planes y he trazado bien mi estrategia, mis súbditos estarán comiendo de mi mano.
A pesar de ello aún puede haber disidentes sabelotodo que alcen la voz en mi contra, por lo que habría, en ese caso, de recurrir a la violencia. Les golpearía, les castigaría, violaría sistemáticamente cualquier tratado sobre Derechos Humanos.
Si el destino me jugara la mala pasada de ponerme en el punto de mira de algún tipo de Consejo u Organismo Internacional, un ojo vigilante que todo lo viera y todo lo juzgara, entonces me vería obligado a disimular, a hacerles creer que mis decisiones se basan en cierta clase de justicia razonable y moralmente incuestionable.
Ya no podría escarmentar al pueblo con total impunidad; para seguir haciéndolo, tendría que inventarme acusaciones falsas y castigarles por ellas, para que el organismo internacional de turno no se pusiese demasiado pesado.
Así, acusaría a mis súbditos, siempre con pruebas sobre la mesa (estadísticas, productos inventados brutos e índices bursátiles noséquécoño), de haber causado graves perjuicios económicos al país por sus ambiciones desmedidas. Ambiciones tales como acceder a la universidad, cobrar un sueldo a fin de mes a razón de lo aprendido, comprar una vivienda con ciertas comodidades (agua caliente, luz, sofá, café con leche) y una pretensión tan absurda como que su patrono no los eche a la calle con una patada en el culo y si te he visto no me acuerdo.
El castigo por dicha ambición sería una subida de impuestos para hacer frente a las deudas de Mi Estado. Asimismo aplicaría un recorte a las pensiones de los ancianos y al sueldo del último mono mileurista que de mí dependa. Esto, naturalmente, traería como consecuencia el efecto dominó de una bajada de sueldo de todos los últimos monos del país, es decir, hasta del último gilipollas distinto de mí y de mi círculo. Los términos grandilocuentes a aplicar en este caso serían: Reforma Laboral, Flexibilidad Interna, Ultraactividad, Descuelgue Salarial.
Si el pueblo se sintiese molesto con estos recortes y pidiese mi cabeza, prepararía una intervención televisiva y, con expresión desolada, pediría respaldo, un poco de arrimar el hombro y de apretarse el cinturón. A los eventuales disidentes les acusaría de egoístas e insolidarios, y les diría que qué más quieren, si al fin y al cabo comen cada día, cosa que no pueden decir muchos más allá de nuestras fronteras.
Y si aún así todo esto fallase, y aún hubiese locos suicidas dispuestos a morder la mano que les da de comer, y saliesen a la calle un 15 de mayo a gritar que no están de acuerdo y que no están dispuestos a seguir tolerándolo, les insultaría abiertamente. Les llamaría perroflautas, niños de papá, balas perdidas, vagos, escoria. Les acusaría de no ducharse, de no haber dado un palo al agua en la vida, de ser unos ninis, de no tener ni puta idea de lo que es la falta de libertad y de derechos. Y mandaría a mis perros de prensa a decir por mí todas estas mentiras en un intento desesperado de restablecer mi honor y mi poder, aunque muchos supieran ya que entre los manifestantes hay quien tiene hasta dos carreras y habla cuatro idiomas, a pesar de lo mucho que yo me he esforzado por convertirlos en unos simpáticos analfabetos.
Jugaría mi última carta riendo con grandes carcajadas, diciéndoles lo ridículos que son creyendo de verdad que aún pueden pensar distinto bajo mi yugo, soñar con un mundo mejor. En el fondo yo sabría que estoy perdido, que tengo miedo, y que mis carcajadas no son más que una risa nerviosa.
Porque hasta yo, que estaría ciego de ignorancia y autocomplacencia, sabría que contra un pueblo que se alza los tiranos no tenemos armas ni voz.
Pero eso sería si yo fuese el déspota gobernante de un lejano país.
Si en lugar de eso tuviese la buena fortuna de ser una españolita de a pie, una de tantas, entonces alzaría mi voz junto con la de mis compañeros para soñar todos juntos con un mundo más justo para nuestros hijos. Soñaría, sí, y reiría. Reiría a carcajadas, con una risa franca y alegre, verdadera.

Porque recuerda, Tirano, que el que ríe el último ríe mejor.

4 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo contigo es casi todo, excepto, si me permites la crítica, en que sí es cierto el pasado lleno de atropellos y atrocidades. Otra cosa es que a mí también me parece repulsivo utilizar este hecho como táctica para ganar votos.

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  2. ¡¡Gracias Adharna!! Un besito (K)

    Dra. Ancho: en realidad no me refería a España, sino a un pequeño y lejano país jajaja. Claro que se aceptan las críticas, sirven de mucho. No digo que en España no tengamos un pasado considerable de atrocidades y atropellos, que lo hay. Me refería simplemente a que cada gobierno se limita a excusarse en las cosas hechas por el gobierno anterior para eludir su responsabilidad de llevar el país lo mejor posible independientemente de lo que viniese antes. Para Aznar era culpa de González, para Zapatero es culpa de Aznar, y si en las generales Rajoy sale elegido como presidente, también será todo culpa de Zapatero. Ese es el pasado que inventaría como tirano: que con el otro gobernante todo fue peor y que si hay algo mal hecho es porque se viene arrastrando desde entonces, nunca por mi culpa.

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  3. ¡Me he comido una A de tu nombre Anchoa!

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