viernes, 21 de octubre de 2011

Esta España nuestra

Según el Barómetro del CIS de septiembre de 2011, los principales problemas percibidos por los ciudadanos españoles son:
  1. El paro (80,3%)
  2. Los problemas de índole económica (49,6%)
  3. La clase política, los partidos políticos (23,3%)
Me llama mucho la atención el punto tres. Se podría aducir que el hecho de que un 23,3% de los encuestados haya respondido que uno de los principales problemas de España es la clase política no es muy significativo, teniendo en cuenta que se trataba de una pregunta multirrespuesta (cada individuo elegía 3 problemas). Pero que sea el tercero más elegido en una lista en la que se encuentran otros como son: vivienda, sanidad, terrorismo, inseguridad ciudadana, drogas, educación, inmigración, etc., no es asunto baladí y los políticos no deberían obviarlo.

La indignación y el malestar ciudadano con este sistema de base justa pero aplicado injustamente, no son movimientos aislados y marginales, como comentó en una entrevista el expresidente Aznar. Un 23,3%, 575 de 2465, deciden elegir "la clase política" como principal problema del país, lo cual no significa, como podría pensarse en un análisis simplista, que los 1890 encuestados restantes no lo consideren una cuestión de importancia. Yo de esa lista hubiese elegido el paro/las condiciones laborales, la vivienda y la educación, y eso que estoy sumamente decepcionada con la clase política.

No creo, pues, que los políticos, en general personas inteligentes y con buena capacidad de análisis, simplifiquen hasta el extremo de obviar este dato, pero tienen una seguridad que les hemos otorgado nosotros, el Pueblo español: raramente se les castiga en las urnas. Ahora se les está “castigando” en la calle pero... ¿el 20-N? ¿Se dejará notar el malestar el 20-N? ¿Cuándo conseguiremos votar personas y no siglas, para que algunos impresentables no se escondan tras el voto seguro de un partido fuerte? Si el votante de un partido político sigue apoyando a dicho partido con independencia absoluta de sus actos, sus hechos, sus errores o sus candidatos, entonces nuestra fuerza, la de las urnas, se diluye hasta no ser nada.

El voto es un acto de reflexión, de criterio. No se trata de votar emocionalmente, de ser de este o de aquel, de ser leal a un partido. Ya, ni siquiera, de ser leal a una ideología, a la derecha o a la izquierda. La concepción de la política debe evolucionar hasta borrar las líneas de unas divisiones obtusas y anticuadas que no logran abarcar las sensibilidades de una gran parte de los ciudadanos. No se es apolítico o antisistema por declararse “ni de derechas ni de izquierdas”. Si acaso, tal y como están las cosas, esto es más político que ninguna otra opción, porque salirse de las clasificaciones erráticas y encorsetadas proviene de un acto profundo de reflexión y evolución personal y demuestra un espíritu crítico que aporta aire fresco a este panorama estancado.

Detrás de cada logo y de cada eslogan hay hombres y mujeres honorables, y también hombres y mujeres miserables que hacen su agosto a la sombra del árbol ganador. Y no nos engañemos: estos miserables se afilian a estos partidos precisamente porque saben que tienen mayor oportunidad de sacar tajada, ya que el voto está prácticamente asegurado. Que los honorables no se lo permitan, o la próxima vez no será un 23,3%. Será mucho más.

Yo, por mi parte, tengo decidido el voto que emitiré el 20-N. No es en blanco, ni tampoco nulo, puesto que sólo sirven para reforzar las mayorías. Será a un partido al que ahora prestaré mi soporte pero, aunque sea trabajoso y lleve su tiempo, seguiré muy de cerca sus actuaciones, actos, hechos, declaraciones y decisiones y, si el balance es negativo, no dudaré en retirarle mi apoyo dentro de cuatro años. La fidelidad, para el fútbol y el matrimonio.


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