jueves, 6 de octubre de 2011

Electoralismo


Cuando te amaba sin tenerte, eras el Sol y la Luna. Tus dientes, diamantes, tu piel, seda y los poemas cursis no eran cursis, sólo indispensables.

Cuando te amaba (y tú a mí no) la Nada en ti valía más que el Todo en los demás. La razón siempre era tuya aunque no la tuvieras, porque mi criterio personal se transformaba en mi mente para convertirse en mis labios en lo que tú querías oír. Regalarte el oído era mi afición favorita, adularte, decirte cómo, cuándo, dónde, decirte tanto. Leerte poemas, adorarte, gritar a los cuatro vientos que haría cuanto tú me pidieras. Absurdos tales como "ir a la Luna y volver" (aunque tú fueses la Luna), "evitar la lluvia", "remar contracorriente" y otras promesas imposibles fluían de mi boca con toda la naturalidad del mundo.

Cuando te amaba sin que tú me amaras, no existía la vergüenza ni el ridículo. Podía postrarme ante ti delante de miles de personas y defender tus ideas con inusitado fervor; tanto, que incluso parecía que esas ideas no eran tuyas, sino mías; mías, aunque estuviesen contradiciendo abiertamente a otras que defendí tiempo atrás, cuando mis amores eran otros y no tú. Pero eso no me importaba. No me importaba contradecirme, avergonzarme, ponerme en evidencia, ridiculizarme, mentir o difamar, porque yo te amaba y lo eras todo, porque yo te amaba y tú no me amabas, y nada me importaba con tal de ser correspondido. Oía esos comentarios maliciosos que decían: "Mira cómo ha cambiado, mira, donde dijo digo dice Diego", y yo como el que oye llover, cerrando los oídos, sin más interés por las palabras que las que surgieran de tu boca, buscando un indicio que me hiciera suponer cuál iba a ser tu decisión para, en caso necesario, cambiar mi estrategia de conquista a toda prisa y sobre la marcha.

Yo pensaba: ¿Me amará recitando poemas? Entonces, seré poeta. ¿Me amará bailando un zapateao? Entonces, aprenderé flamenco. ¿Me amará si le arreglo el radiador del coche? Entonces, seré mecánico. Y así sucesivamente en un proceso incesante de anulación de mí mismo y de sumisión infinita.

Cuando te amaba, electora, todo era poco para convencerte de que debías amarme a mí también y cuando me amaste (me votaste) dejaste de ser el Sol y la Luna.

De hecho, desde que me votaste, simplemente dejaste de ser.

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