Hace ya dos años quedamos atrapados en Madrid por una nevada. Habíamos ido a ver el Real Madrid - Mallorca (bueno, yo era una mera acompañante, ya que... ¡soy culé!, pero el objetivo principal del viaje era asistir al partido) y toda una expedición de mallorquines quedó boquiabierta ante los primeros copos de nieve que empezaron a caer a eso de las cinco de la tarde. "¡Oh, qué bonito! ¡Está nevando!", exclamábamos todos, sin excepción, con el brillo en los ojos de los niños que ven algo nuevo y sorprendente. Supongo que los madrileños nos miraban como a bichos raros, pero no importaba. La nieve estaba cayendo, y hacía ilusión. La ilusión, no obstante, duró lo que tardamos en darnos cuenta de que no es oro todo lo que reluce: la nieve cayó y cayó, de forma cada vez más intensa, y cuando llegamos al aeropuerto tras el partido (tardamos dos horas y pico en realizar el recorrido Bernabeu-Barajas, unos 15 kilómetros, según creo) pasamos un montón de horas dormitando en los duros asientos de la terminal, sin comida ni café. Fue una experiencia un tanto torturadora y, sin embargo...
¡Qué pronto se olvida uno de las malas experiencias y vuelve a la ilusión de los niños! Ayer, cuando empezó a nevar aquí, ¡a nivel del mar!, casi me pongo a saltar de la emoción dando palmaditas como una niña pequeña. Y la ilusión, o por lo menos la sorpresa, eran generalizadas. Ver con un manto blanco esos lugares que te son tan habituales, tan cotidianos... Me gusta esa sensación de que algo pueda hacernos dejar de pensar por un momento en las cosas malas y salir corriendo a la calle a tirar bolas de nieve y a construir muñecos, saber que algo puede ilusionarnos tanto como para volver a disfrutar como críos, y ponernos a grabar vídeos, y a tirar fotos, y a revolcarnos por el suelo como locos. Es bonito, ¿no? O tal vez sea que estoy un poco happy flower hoy... En todo caso, nieve o no, deberíamos lanzar bolas y construir muñecos más a menudo. Hoy Mallorca ha salido a la calle mirando con los ojos de un niño en lugar de con los de un adulto gruñón y amargado. Creo que, un poquito al menos, nos lo merecíamos.
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