martes, 21 de febrero de 2012

Cosas que sólo me pueden pasar a mí

Hoy me ha dado por pensar en lo trasto que soy, así que os pongo aquí una recopilación de anécdotas que os darán una idea de a qué me refiero, o se refieren los demás, más bien, cuando me llaman "trasto" y otras variantes que van desde lo más cariñoso a lo más despectivo.

Situación 1


Sábado tarde. Nos disponemos a ver una película en familia y ninguna se ve bien (claro, tienen una procedencia ilícita...). No hay manera: que si una tiene el sonido desfasado de la imagen, que si otra se ve borrosa... Cunde el nerviosismo (golpes a la tele, maldiciones, resoples varios) así que a mí se me ilumina la bombilla y digo, muy espléndida:

-¿Y por qué no nos dejamos de tonterías y la alquilamos en el videoclub?
-Porque hace un año que lo cerraron. Han puesto un bar.
-Ah...
Claro, si tenían que comer los del videoclub por mi consumo, está visto que lo tenían crudo. A todo esto, paso CADA DÍA por la esquina en la que estaba el videoclub. (Esto me recuerda al día en que felicité a un profesor mío, tras dos meses de recibir clases particulares en su casa, por su lámpara nueva, y resulta que la dichosa lamparita llevaba ahí nada más y nada menos que 35 años ¡!).

Situación 2

Congreso en la Universidad. Dos amigas químicas hablando, aunque de ramas diferentes. Una, CPB, de la rama de Química Analítica. Y yo, MCL, que, aunque también siento interés por la analítica, ahora estoy más cerca de la Química Teórica. Le hablo a CPB de las ponencias del congreso, por si le puede interesar asistir a alguna. Parafraseo la conversación, que fue algo así:

MCL: ¿Qué prefieres, ir a las ponencias de analítica, que seguramente te resultarán interesantes, o prefieres venir a las de química teórica que te van a aburrir un montón pero podrás estar conmigo?
CPB [Enrojece. Se turba]: Esto... Creo que me has puesto en un compromiso.

Situación 3


Mis compañeros de trabajo, que se han percatado de que resulta sumamente fácil engañarme, deciden hacerme una broma. Vamos a merendar y, durante el transcurso de la merienda (supongo, aún no he aclarado muy bien cuándo sucedió) me quitan la cartera del bolso, con el fin de que descubra que no la tengo a la hora de pagar. Sospecho que tampoco me pensaban prestar dinero para que me quedara fregando platos, pero esto no lo pude comprobar. Cuando llegó el momento de abonar mi cuenta, en efecto, no encontré mi cartera en el bolso. Por supuesto no me preocupé, simplemente pensé: "Me la habré dejado". Ipsofacto saco otra cartera, y pago la cuenta. Mis compañeros se miran con los ojos abiertos, preguntándose de dónde demonios he sacado otra cartera con dinero y qué clase de persona lleva dos carteras en el bolso. JFC, muy sutil, me pregunta: 
- ¿Y esa cartera? Porque esa cartera no es la tuya...
- Ah, no, la mía me la he dejado, pero por lo visto J se olvidó la suya en mi bolso, ¡y además tiene dinero!
He dejado esta situación para lo último porque demuestra que estar despistado a veces te da más satisfacciones que decepciones (XD). Al final no les quedó más remedio que confesar y devolverme la cartera sin que yo la echara en falta y sin que sintiera la menor inquietud por su supuesta pérdida. (Lo lamento chicos, se os torció el plan :P).

sábado, 4 de febrero de 2012

Lanzando bolas

Hace ya dos años quedamos atrapados en Madrid por una nevada. Habíamos ido a ver el Real Madrid - Mallorca (bueno, yo era una mera acompañante, ya que... ¡soy culé!, pero el objetivo principal del viaje era asistir al partido) y toda una expedición de mallorquines quedó boquiabierta ante los primeros copos de nieve que empezaron a caer a eso de las cinco de la tarde. "¡Oh, qué bonito! ¡Está nevando!", exclamábamos todos, sin excepción, con el brillo en los ojos de los niños que ven algo nuevo y sorprendente. Supongo que los madrileños nos miraban como a bichos raros, pero no importaba. La nieve estaba cayendo, y hacía ilusión. La ilusión, no obstante, duró lo que tardamos en darnos cuenta de que no es oro todo lo que reluce: la nieve cayó y cayó, de forma cada vez más intensa, y cuando llegamos al aeropuerto tras el partido (tardamos dos horas y pico en realizar el recorrido Bernabeu-Barajas, unos 15 kilómetros, según creo) pasamos un montón de horas dormitando en los duros asientos de la terminal, sin comida ni café. Fue una experiencia un tanto torturadora y, sin embargo...

¡Qué pronto se olvida uno de las malas experiencias y vuelve a la ilusión de los niños! Ayer, cuando empezó a nevar aquí, ¡a nivel del mar!, casi me pongo a saltar de la emoción dando palmaditas como una niña pequeña. Y la ilusión, o por lo menos la sorpresa, eran generalizadas. Ver con un manto blanco esos lugares que te son tan habituales, tan cotidianos... Me gusta esa sensación de que algo pueda hacernos dejar de pensar por un momento en las cosas malas y salir corriendo a la calle a tirar bolas de nieve y a construir muñecos, saber que algo puede ilusionarnos tanto como para volver a disfrutar como críos, y ponernos a grabar vídeos, y a tirar fotos, y a revolcarnos por el suelo como locos. Es bonito, ¿no? O tal vez sea que estoy un poco happy flower hoy... En todo caso, nieve o no, deberíamos lanzar bolas y construir muñecos más a menudo. Hoy Mallorca ha salido a la calle mirando con los ojos de un niño en lugar de con los de un adulto gruñón y amargado. Creo que, un poquito al menos, nos lo merecíamos.